miércoles, 7 de diciembre de 2011

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En la oscuridad se besaban en la nariz, en la boca, sobre los ojos, y él le acariciaba la mejilla con una mano que salía de entre las sábanas y volvía a esconderse como si hiciera mucho frío, aunque los dos estaban sudando; después él murmuraba cuatro o cinco cifras, vieja costumbre para volver a dormirse, y ella lo sentía aflojar los brazos, respirar hondo, aquietarse.

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Lágrimas que silencian lo que tus ojos quieren gritar.