sábado, 17 de marzo de 2012

Trastornado por aquel juguete prodigioso, buscó su rastro todas las noches a través del laberinto del cuarto. En cierta ocasión encontró la puerta atrancada, y tocó varias veces, sabiendo que si había tenido el arresto de tocar la primera vez tenía que tocar hasta la última, y al cabo de una espera interminable ella le abrió la puerta. Durante el día, derrumbándose de sueño, gozaba en secreto con los recuerdos de la noche anterior. Pero cuando ella entraba en la casa, alegre, indiferente, dicharachera, él no tenía que hacer ningún esfuerzo para disimular su tensión, porque aquella mujer cuya risa explosiva espantaba a las palomas, no tenía nada que ver con el poder invisible que lo enseñaba a respirar hacia dentro y a controlar los golpes del corazón, y le había permitido entender por qué los hombres le tienen miedo a la muerte.

Cien años de soledad- Gabriel García Márquez

1 comentario:

Anónimo dijo...

Precioso, enserio me ha llegado ...

Lágrimas que silencian lo que tus ojos quieren gritar.